Desde hace años tuve la curiosidad de conocer Tijuana, siempre
escuché historias sórdidas sobre esa ciudad, que había una calle enorme llena
de prostitutas, que ahí hacían el famoso Donkey show (no lo busquen en
internet), que el tugurio más famoso del país estaba ahí, el Adelitas, y mil
cosas más, así que cuando mi jefe me preguntó que si quería irme manejando
hasta allá respondí inmediatamente que sí, que era mi sueño realidad.
Me dijo que en un mes me iba, que haría
dos días de viaje y que todo sería perfecto y bonito, se lo comenté a mis
compañeros de trabajo y comenzaron las historias de terror. Me empezaron a
contar esas horribles historias con los militares, me explicaron que eran seres
despiadados y hambrientos de dinero y que si me tocaba un retén en la carretera
me preparara para lo peor, lo mejor que me podría pasar es que sólo me
golpearán y me robaran todo mi dinero, y en lo peor que me podría pasar hubo varias opciones,
me iban a violar, a secuestrar, torturar, mutilar, quemar y luego lanzar mis
cenizas al mar, yo intrigado les preguntaba el por qué harían eso, pero su
única respuesta era:"así son los militares" después de acabar con
esas historias seguían las de los narcos, que tenían sus propios retenes en la
carretera y ellos si eran despiadados, que los militares quedaban como
quinceañeras con síndrome de Down comparados con los bestiales narcos, me
dijeron que si veía un retén mi vida había acabado, y bueno, esas historias me
asustaban pero ninguna como la que me ha atormentado desde que tengo memoria:
la del fantasma de la carretera. Creo que todos la conocen, ya saben, van
manejando por la noche, una señora de blanco les hace la parada en media
carretera, no se paran y acto siguiente voltean al retrovisor y ahí está,
sonriente y bien muerta. Esa historia sí que me daba miedo, mucho miedo,
siempre he evitado manejar en la noche por la carretera por esa leyenda, pero
esa vez era inevitable.
Unos días antes se me ocurrió buscar en
internet sobre la Rumorosa, esa carretera que dicen es harto peligrosa, lo
primero que veo es a un fantasma y dicen que le leyenda comenzó ahí y que es
casi un hecho de que te ocurra a ti si pasas en la madrugada , entonces me asusté más y pensé seriamente en
renunciar a esa misión y seguir con mi vida ordinaria, pero no, no me atreví y
no me quedó más que enfrentar a mis demonios y sobre todo al pinche fantasma de
la carretera.
Llegó el día previo, hice uno de esos
dramas que sólo yo conozco, le expliqué a mi mamá como cobrar los dos seguros
de vida que tengo en el trabajo, hablé con mi sobrinito y le pedí que fuera un
hombre de bien para el mundo, le agradecí a keila por todos los años que
compartimos juntos y le pedí a mi novia que me guardará dos años de luto,
parecía que me iba a la guerra, pero me habían contado tantas cosas tan malas
que estaba seguro que no iba a regresar, a lo mejor en pedazos regresaba, pero
vivo no.
Así que a las dos de la mañana me enfilé a
mi destino final, ya no era Tijuana, ahora sería Ensenada, otros doscientos kilómetros
más, ya ni me preocupaba, estaba seguro que no pasaría de Sinaloa. Tomé la
carretera y no tuve tiempo de pensar en seres muertos que se aparecen en la
carretera, estaba llena de traileros salvajes que pensaban que traían un
Mercedes y no un trailer de veinte metros, rebasaban como poseídos, echaban las
luces, pitaban y fue tanto el estres que cuando me acordé que tenía que
asustarme ya estaba entrando a Guadalajara. Llegando a esa bonita ciudad sufrí
un inesperado ataqué de sueño, eran las seis de la mañana y me estacione afuera
de un oxxo para comprar un café, parpadeé y de pronto, ya eran las 7 de la
mañana, la calle estaba llena de oficinistas y yo dormido en el coche con la
boca abierta, estoy seguro que deben de haberme tomado fotos los Godínez tapatíos
con la boca abierta y la baba escurriendo por mi boca, ni modo. Después de tan
bochornoso hecho, volví a la carretera, ya con el sol comenzando a alumbrar, la
ciudad de Tequila brillaba a unos kilómetros, la neblina comenzaba a disiparse
y un hermoso paisaje iluminaba mis ojos, todo comenzaba a ser bueno, cuando de pronto
veo un letrero que me heló la sangre
" Alto total, retén militar a 1 km" no sabía si aventarme al
barranco, si regresar a León o irme bajando los pantalones. Llegó al retén, veo
que el señor soldado tiene cara de pocos amigos, me pregunta que a dónde voy,
le respondo que a Ensenada y me dice ; Oquei, buen viaje,” y ya, fue todo, ni
me revisó, ni me amenazó y muchos menos me pegó, sólo se preocupaba por saber adónde
iba, a lo mejor quería un aventón, no sé, pero todo salió bien ahí.
El viaje marchaba bien, el paisaje era muy
bonito, muchos cerros, muchos ríos, todo era tranquilidad , en el estéreo Jaime
Sabines recitaba el porqué le encanta dios y justo donde decía "
Bienvenido a Sinaloa" aparece un convoy como de quince camionetas llenas
de soldados, todos enojados y con pistolas más grandes que mis ganas de
escribir, pasan al lado mío y sé que no es una buena señal, sigo avanzando y a
lo lejos vienen tres camionetas gigantes en sentido contrario llena de tipos
que se veían que no eran felices, sólo atiné a hacer a un lado y esperar a que
pasarán sin dispararme, después de esos dos pequeños incidentes todo fue
felicidad, seguí mi camino tranquilamente y me dirigía a Mazatlán , tenía diez
años que visitaba la ciudad, La indicación era clara: No te pares en Mazatlán,
sigue hasta Culiacán , ah, olvide comentar que todo el pinche camino venía
hablando con mi jefe para irle diciendo por donde iba y que se tranquilizara al
saber que seguía vivo, bueno, pues justo entrando a Mazatlán e le dije que ya
iba rumbo a Culiacán, pero no, rebelde como lo he sido desde niño, me metí a la
ciudad, busque un estacionamiento , me quité el pantalón, me puse mis bermudas
harto provocativas y mis sandalias de galán y me fui al mar , si, lo sé,
piensan que el Che Guevara queda como un niño cobarde comparado conmigo, pero
no lo pude evitar, fui y me reencontré con el mar, no sé porque lo evite por
tantos años, siempre que había la oportunidad de ir la cambiaba por ir a un
lugar que tuviera muchos museos, pero bueno, ahí estaba yo pidiéndole perdón al
mar por haberlo abandonado y viendo de reojo si no aparecía Cthuhlu por ahí (
Recuerden que habita el océano pacifico ), y después de una hora decidí que era
tiempo de seguir mi camino, me despedí del mar y pensé mucho en Alfonsina
Stormi,iba caminando y recordando algunos poemas de la Argentina cuando de
pronto me di cuenta que no me acordaba en donde había dejado el coche, mi única
referencia es que estaba cerca de una tienda de Señor Frog, pero había cinco en
la misma calle, comencé a meterme a todos los lugares en donde veía coches y
no, no aparecía, el pánico me comenzó a invadir, no sabía ni las placas ni nada
del pinche coche, después de media hora de infructuosa búsqueda decidí tomar la
única solución viable; seguir el ejemplo de Alfonsina Stormi y dejar que el mar
me tragara y me regresará muerto, para evitar que dar explicaciones, hacía el
mar me dirigía y sólo pensaba que sería una muerte muy poética y que según mis
creencias, me iría al Tlalocan ( lugar donde van los ahogados con Tlaloc ),
pero antes de rendirme al agua, decidí buscarlo una vez más, sudaba como
poseído, las sandalias me había sacado ya ampollas y mi corazón se negaba a
dejar de latir a tan pronta edad, me puse a pensar en todos los cuentos que se
iban a quedar sin ser escritos, me imaginaba la enorme tristeza que le
provocaría a mi Keila el no volver a verme y pensaba en la triste vida de mi
novia sin mí y en eso estaba pensando cuando de pronto vi el pinche coche y
sentí vergüenza por haber pensando en dejarme morir. Me subí y seguí mi rumbo
hacía la ciudad del Chapo Guzman.
Mi experiencia en carretera se limitaba a cuatrocientos kilómetros lejos de casa, ya
estaba a ochocientos, los paisajes me seguían maravillando, manglares al lado
de la carretera, decenas de mariposas suicidas se estrellaban en el parabrisas
y los cerros verdes y brillantes, llegué a otro retén militar, ya sin tanto
miedo, el procedimiento fue el mismo, el militar fue muy amable y ni siquiera me
preguntó de dónde venía, llegué a Culiacán y pasé junto al panteón principal y
no, no parecía panteón, parecía una fraccionamiento de nuevos ricos con muy mal
gusto, estaba lleno de mausoleos grandes, todos pintados de colores chillantes,
ahí descansan la mayoría de los pinches narcos y asesinos que han aterrorizado
a mi país por años, ni en su muerte se les quita lo naco y ostentosos, ojala lo
estén pasando mal en el mictlan.
Mi destino de ese día era Cd. Obregón, en Sonora, en Mazatlán me
di cuenta que era una hora menos, y ahora que había entrado a Sonora me decían
que eran dos horas menos, según mis cálculos, si seguíamos con ese ritmo de
horas, al llegar a Ensenada apenas sería abril. Antes de llegar a Cd Obregón me
detiene otro retén militar y me pregunta que de donde vengo, le respondo que
del mismísimo León Gto, y me contesta: ¿Dónde la vida no vale nada? Me le quedé
viendo con cara de admiración enorme y le dije que si, tenía ganas de bajarme y
abrazarlo por ese comentario tan original, nunca nadie me lo había dicho, ese
militar estaba en las grandes ligas del ingenio y ya en ese tenor me preguntó
que si era cierto que los zapatos eran más baratos, me limité a decirle que si
y me dejó seguir mi camino, por lo menos no me hizo cantarle una canción de
José Alfredo.
Después de 18 interminables horas llego por fin a Cd Obregón,
llegar a ese lugar era como meterse voluntariamente a un horno prendido, era un
calor insoportable, una humedad que me asfixiaba, fui a buscar un hotel, me
hospedé, me armé de valor y salí a enfrentar a la ciudad, porque tenía hambre y
quería conocer. La ciudad es básicamente
un horno lleno de gente, desde el momento que comencé a caminar sudaba como
puerco en un cazo de carnitas, era inevitable, era asfixiante, pero lo peor es
que yo era el único que sudaba, la gente caminaba feliz y yo estaba decidiendo
si seguir y arriesgarme a morir deshidratado en dos cuadras o morirme en mi
cuarto de hambre, decidí lo primero y estoy seguro que en esa hora que estuve
buscando comida perdí tres kilos, no sé cómo la gente puede soportar ese clima.
Ya sin miedo a la obesidad, me comí tres jot dogs que sabían a cartón y me fui
a dormir, feliz porque no me había deshidratado y porque había sobrevivido a la
primer jornada del viaje.
Me dormí cinco horas, eran las dos de la mañana, pero para mi eran
las cuatro, o las cinco, ya no sabía ni que hora era, y me alisté, apagué el
aire acondicionado del cuarto y salí del cuarto y boom, el pinche calor seguía
ahí, dos de la mañana y estábamos a 32 grados, me alegre no de vivir ahí y huí
como las cucarachas huyen de la luz, ya me era indiferente la noche y los
fantasmas de la carretera, de hecho estaba esperando que se apareciera uno para
platicar sobre el clima, porque por más que le explicaba a mi novia mi triste
situación con el calor, no me entendía, porque ella estaba en León, con una
lluvia torrencial .Sin darme cuenta amaneció y el calor aumentaba, el termómetro
del coche marcaba 36 grados a las 7 de la mañana, entro a Hermosillo y le
preguntó al coche de a lado como salir de la ciudad, baja el vidrio y era un
tipo con lentes de sol y tatuajes en todas partes y me dice que él me guía, que
lo siga, pensé que a lo mejor era un narco y me secuestraría y me cortaría en
pedazos para exigirle dinero a mi familia, pero como me daba flojera preguntarle
a alguien más lo seguí y me sacó sin problemas de la ciudad con un sonrisa que
me hizo sentir mal por haber dudado de ese buen hombre, hasta aquí todo fue
bonito.
Llegó a otro retén militar enorme, en donde me hacen bajar del
coche como si fuera hijo del Chapo Guzman, me imagino que el Chapo debe de
estar aterrorizado por tantos retenes, yo lo odié un poco más, por su culpa
todo el país está lleno de militares enojados, ojala y terminé peor que Pablo
Escobar, bueno, eso pensaba cuando mientras el militar revisa todo el coche, le
saca aire a las llantas para ver si no traía mariguana como Camelia la texana,
le sacó plática y le preguntó si les ha
funcionado tanto retén, me enseña una foto y me dice “iré nomás lo que hemos
agarrado” y en la foto había tres señores con cara de inmensa tristeza y varios
kilos de cocaína, le dije que me daba mucho gusto, que los maten a todos , y le
di mi discurso de la doble moral del país, que odiamos a los narcos pero les
compramos su mercancía, sonrió orgulloso y asintió, le dije que yo si confiaba
en ellos, que no me fallaran, su cara se iluminó de orgullo y me dijo que no, que estaban para
servirnos, falto poco para darnos un abrazo, pero su enorme metralleta lo
evitó.
Seguí mi camino, y el hermoso paisaje que me acompaño el día anterior
se convirtió en un horrendo camino lleno de cactus y arena, mucha arena, al
principio me gustó, las primera dos horas estaba padre, después me aburrí, puse
el cd de shakira unplugged y me puse a analizar sus letras y llegué a la
conclusión que era muy buena antes de aprender inglés, estaba pensando todo eso y los cactus no se
acababan, la temperatura ya estaba a 45 grados y nada cambiaba, el paisaje era
exactamente el mismo, tenía miedo que en cualquier momento me salieran unos
vaqueros siendo perseguidos por apaches, era el típico escenario de una película
de vaqueros de los setentas, y los kilómetros pasaban y todo era igual, estaba
seguro que si el coche se descomponía ahí la muerte era inevitable, no pasaban
coches y al ritmo que seguía el calor, a las dos de la tarde estaríamos a 60
grados. Deberíamos de vender Sonora a los gringos, no tienen más que desierto y
cactus y pobres seres humanos sufriendo temperaturas insoportable, deberíamos
de despoblarlo, repartir a al gente en los demás estados y vender ese pinche
desierto gigante a los gringos para que hagan pruebas nucleares o manden a los
negros a vivir ahí, o lo que quieran, pero no le veo mucho caso que lo sigamos
manteniendo como parte del país.
Después de seis interminables horas cambió el panorama, para ponerse peor, llegué al desierto de Altar
y la biosfera del Pinacate, se ve bien bonito en la tele, las fotos de lugares
maravillosos, animales corriendo felices, el borrego cimarrón retando a la gravedad
en los cerros y todo es perfecto, cuando no tienes que pasar por su pinche
carretera. Justo al comenzar hubo otro retén militar ( me imagino que el chapo
debe de ser fanático de esta zona, o no sé que otro motivo habría para poner un
retén en pleno desierto) y después del ya memorizado proceso de revisión me
advierte un militar que se ve ha tenido una vida aburrida, que maneje con mucho
cuidado, que si atropello a uno de los hermosos animales que viven ahí, estaría
cometiendo un delito federal y me esperaba una cárcel mas horrenda que la todo
el paisaje de Sonora junto, así que ahí voy, aterrorizado, esperando que no se
me atraviese una serpiente, un venado o el pinche chupacabras. Por un motivo
que sigo sin comprender el coche perdió fuerza, ya no corría como antes, las
dunas del desierto hicieron un poco menos aburrido el paisaje, pero ahí comenzó
el verdadero terror, cada vez que pasaba un tráiler junto a mi el coche se
movía de una forma desesperante, el viento del tráiler lo movía y parecía que
me sacaba del camino, me pasó como diez veces, y por más que intentaba
controlarlo era inevitable , cada vez era peor, fue la primera vez que me arrepentía
de haber aceptado el viaje, al lado se veía la frontera con los gringos, y las
montañas nevadas de Arizona y yo retando a la muerte cada tres minutos, las
manos me sudaban mucho, estaba muy nervioso, pero no podía parar, recordaba la
frase de Nacho Vegas, “ nadie llega tan lejos si no es para seguir” y ahí, asustado,
a 70 kilómetros por hora, soportando estoicamente cada vez que pasaba un tráiler
junto a mí, viendo al lado las montañas nevadas de los gringos y de pronto frente
a mi apareció un enorme y lúgubre banco de neblina, ahí si sentía que ya me iba
a morir y sentí una enorme tristeza por mi novia ¿ En dónde iba a encontrar a
otro novio como yo? Pensé seriamente en dar vuelta y regresarme a mi casa, pero
estaba a 1200 kilómetros de distancia, pensé en orillarme y esperar a que
alguien fuera por mí, me arrepentí de no haberme suicidado en Mazatlán, mientras
me lamentaba seguía avanzando y la niebla no llegaba, después, inteligente como
soy, me di cuenta que no era niebla, que tan sólo era un efecto óptico debido
al calor y me volví a avergonzar de mis pensamientos suicidas y mi evidente
cobardía.
Todo siguió ya con cierta normalidad, llegué a Mexicali y agradecí
el haber renunciado a la fe católica, porque si es cierto que el infierno es
caliente, debe de ser como Mexicali, me tocó soportar 48 grados, me dicen que
es un día normal, que a veces están a 52 grados, pasé la famosa Rumorosa como
si nada, la leyenda negra de que era la carretera de la muerte y todo eso es
falsa, después de haber recorrido el pinche desierto de Sonora, cualquier
carretera parece cosa de niños .
Llegué a Ensenada, me fui de fiestas porque eran las Fiesta del
vino en el estado, al siguiente día me fui al mar con la buena fortuna de
haberme quedado dormido en la playa, solo, sin toalla y sin protector solar,
hoy me sigue ardiendo hasta la razón, pero bueno, ya luego les contaré que pasó
después.
Por cierto, después de catorce meses he vuelto a escribirDesde hace años tuve la curiosidad de conocer Tijuana, siempre
escuché historias sórdidas sobre esa ciudad, que había una calle enorme llena
de prostitutas, que ahí hacían el famoso Donkey show (no lo busquen en
internet), que el tugurio más famoso del país estaba ahí, el Adelitas, y mil
cosas más, así que cuando mi jefe me preguntó que si quería irme manejando
hasta allá respondí inmediatamente que sí, que era mi sueño realidad.
Me dijo que en un mes me iba, que haría
dos días de viaje y que todo sería perfecto y bonito, se lo comenté a mis
compañeros de trabajo y comenzaron las historias de terror. Me empezaron a
contar esas horribles historias con los militares, me explicaron que eran seres
despiadados y hambrientos de dinero y que si me tocaba un retén en la carretera
me preparara para lo peor, lo mejor que me podría pasar es que sólo me
golpearán y me robaran todo mi dinero, y en lo peor que me podría pasar hubo varias opciones,
me iban a violar, a secuestrar, torturar, mutilar, quemar y luego lanzar mis
cenizas al mar, yo intrigado les preguntaba el por qué harían eso, pero su
única respuesta era:"así son los militares" después de acabar con
esas historias seguían las de los narcos, que tenían sus propios retenes en la
carretera y ellos si eran despiadados, que los militares quedaban como
quinceañeras con síndrome de Down comparados con los bestiales narcos, me
dijeron que si veía un retén mi vida había acabado, y bueno, esas historias me
asustaban pero ninguna como la que me ha atormentado desde que tengo memoria:
la del fantasma de la carretera. Creo que todos la conocen, ya saben, van
manejando por la noche, una señora de blanco les hace la parada en media
carretera, no se paran y acto siguiente voltean al retrovisor y ahí está,
sonriente y bien muerta. Esa historia sí que me daba miedo, mucho miedo,
siempre he evitado manejar en la noche por la carretera por esa leyenda, pero
esa vez era inevitable.
Unos días antes se me ocurrió buscar en
internet sobre la Rumorosa, esa carretera que dicen es harto peligrosa, lo
primero que veo es a un fantasma y dicen que le leyenda comenzó ahí y que es
casi un hecho de que te ocurra a ti si pasas en la madrugada , entonces me asusté más y pensé seriamente en
renunciar a esa misión y seguir con mi vida ordinaria, pero no, no me atreví y
no me quedó más que enfrentar a mis demonios y sobre todo al pinche fantasma de
la carretera.
Llegó el día previo, hice uno de esos
dramas que sólo yo conozco, le expliqué a mi mamá como cobrar los dos seguros
de vida que tengo en el trabajo, hablé con mi sobrinito y le pedí que fuera un
hombre de bien para el mundo, le agradecí a keila por todos los años que
compartimos juntos y le pedí a mi novia que me guardará dos años de luto,
parecía que me iba a la guerra, pero me habían contado tantas cosas tan malas
que estaba seguro que no iba a regresar, a lo mejor en pedazos regresaba, pero
vivo no.
Así que a las dos de la mañana me enfilé a
mi destino final, ya no era Tijuana, ahora sería Ensenada, otros doscientos kilómetros
más, ya ni me preocupaba, estaba seguro que no pasaría de Sinaloa. Tomé la
carretera y no tuve tiempo de pensar en seres muertos que se aparecen en la
carretera, estaba llena de traileros salvajes que pensaban que traían un
Mercedes y no un trailer de veinte metros, rebasaban como poseídos, echaban las
luces, pitaban y fue tanto el estres que cuando me acordé que tenía que
asustarme ya estaba entrando a Guadalajara. Llegando a esa bonita ciudad sufrí
un inesperado ataqué de sueño, eran las seis de la mañana y me estacione afuera
de un oxxo para comprar un café, parpadeé y de pronto, ya eran las 7 de la
mañana, la calle estaba llena de oficinistas y yo dormido en el coche con la
boca abierta, estoy seguro que deben de haberme tomado fotos los Godínez tapatíos
con la boca abierta y la baba escurriendo por mi boca, ni modo. Después de tan
bochornoso hecho, volví a la carretera, ya con el sol comenzando a alumbrar, la
ciudad de Tequila brillaba a unos kilómetros, la neblina comenzaba a disiparse
y un hermoso paisaje iluminaba mis ojos, todo comenzaba a ser bueno, cuando de pronto
veo un letrero que me heló la sangre
" Alto total, retén militar a 1 km" no sabía si aventarme al
barranco, si regresar a León o irme bajando los pantalones. Llegó al retén, veo
que el señor soldado tiene cara de pocos amigos, me pregunta que a dónde voy,
le respondo que a Ensenada y me dice ; Oquei, buen viaje,” y ya, fue todo, ni
me revisó, ni me amenazó y muchos menos me pegó, sólo se preocupaba por saber adónde
iba, a lo mejor quería un aventón, no sé, pero todo salió bien ahí.
El viaje marchaba bien, el paisaje era muy
bonito, muchos cerros, muchos ríos, todo era tranquilidad , en el estéreo Jaime
Sabines recitaba el porqué le encanta dios y justo donde decía "
Bienvenido a Sinaloa" aparece un convoy como de quince camionetas llenas
de soldados, todos enojados y con pistolas más grandes que mis ganas de
escribir, pasan al lado mío y sé que no es una buena señal, sigo avanzando y a
lo lejos vienen tres camionetas gigantes en sentido contrario llena de tipos
que se veían que no eran felices, sólo atiné a hacer a un lado y esperar a que
pasarán sin dispararme, después de esos dos pequeños incidentes todo fue
felicidad, seguí mi camino tranquilamente y me dirigía a Mazatlán , tenía diez
años que visitaba la ciudad, La indicación era clara: No te pares en Mazatlán,
sigue hasta Culiacán , ah, olvide comentar que todo el pinche camino venía
hablando con mi jefe para irle diciendo por donde iba y que se tranquilizara al
saber que seguía vivo, bueno, pues justo entrando a Mazatlán e le dije que ya
iba rumbo a Culiacán, pero no, rebelde como lo he sido desde niño, me metí a la
ciudad, busque un estacionamiento , me quité el pantalón, me puse mis bermudas
harto provocativas y mis sandalias de galán y me fui al mar , si, lo sé,
piensan que el Che Guevara queda como un niño cobarde comparado conmigo, pero
no lo pude evitar, fui y me reencontré con el mar, no sé porque lo evite por
tantos años, siempre que había la oportunidad de ir la cambiaba por ir a un
lugar que tuviera muchos museos, pero bueno, ahí estaba yo pidiéndole perdón al
mar por haberlo abandonado y viendo de reojo si no aparecía Cthuhlu por ahí (
Recuerden que habita el océano pacifico ), y después de una hora decidí que era
tiempo de seguir mi camino, me despedí del mar y pensé mucho en Alfonsina
Stormi,iba caminando y recordando algunos poemas de la Argentina cuando de
pronto me di cuenta que no me acordaba en donde había dejado el coche, mi única
referencia es que estaba cerca de una tienda de Señor Frog, pero había cinco en
la misma calle, comencé a meterme a todos los lugares en donde veía coches y
no, no aparecía, el pánico me comenzó a invadir, no sabía ni las placas ni nada
del pinche coche, después de media hora de infructuosa búsqueda decidí tomar la
única solución viable; seguir el ejemplo de Alfonsina Stormi y dejar que el mar
me tragara y me regresará muerto, para evitar que dar explicaciones, hacía el
mar me dirigía y sólo pensaba que sería una muerte muy poética y que según mis
creencias, me iría al Tlalocan ( lugar donde van los ahogados con Tlaloc ),
pero antes de rendirme al agua, decidí buscarlo una vez más, sudaba como
poseído, las sandalias me había sacado ya ampollas y mi corazón se negaba a
dejar de latir a tan pronta edad, me puse a pensar en todos los cuentos que se
iban a quedar sin ser escritos, me imaginaba la enorme tristeza que le
provocaría a mi Keila el no volver a verme y pensaba en la triste vida de mi
novia sin mí y en eso estaba pensando cuando de pronto vi el pinche coche y
sentí vergüenza por haber pensando en dejarme morir. Me subí y seguí mi rumbo
hacía la ciudad del Chapo Guzman.
Mi experiencia en carretera se limitaba a cuatrocientos kilómetros lejos de casa, ya
estaba a ochocientos, los paisajes me seguían maravillando, manglares al lado
de la carretera, decenas de mariposas suicidas se estrellaban en el parabrisas
y los cerros verdes y brillantes, llegué a otro retén militar, ya sin tanto
miedo, el procedimiento fue el mismo, el militar fue muy amable y ni siquiera me
preguntó de dónde venía, llegué a Culiacán y pasé junto al panteón principal y
no, no parecía panteón, parecía una fraccionamiento de nuevos ricos con muy mal
gusto, estaba lleno de mausoleos grandes, todos pintados de colores chillantes,
ahí descansan la mayoría de los pinches narcos y asesinos que han aterrorizado
a mi país por años, ni en su muerte se les quita lo naco y ostentosos, ojala lo
estén pasando mal en el mictlan.
Mi destino de ese día era Cd. Obregón, en Sonora, en Mazatlán me
di cuenta que era una hora menos, y ahora que había entrado a Sonora me decían
que eran dos horas menos, según mis cálculos, si seguíamos con ese ritmo de
horas, al llegar a Ensenada apenas sería abril. Antes de llegar a Cd Obregón me
detiene otro retén militar y me pregunta que de donde vengo, le respondo que
del mismísimo León Gto, y me contesta: ¿Dónde la vida no vale nada? Me le quedé
viendo con cara de admiración enorme y le dije que si, tenía ganas de bajarme y
abrazarlo por ese comentario tan original, nunca nadie me lo había dicho, ese
militar estaba en las grandes ligas del ingenio y ya en ese tenor me preguntó
que si era cierto que los zapatos eran más baratos, me limité a decirle que si
y me dejó seguir mi camino, por lo menos no me hizo cantarle una canción de
José Alfredo.
Después de 18 interminables horas llego por fin a Cd Obregón,
llegar a ese lugar era como meterse voluntariamente a un horno prendido, era un
calor insoportable, una humedad que me asfixiaba, fui a buscar un hotel, me
hospedé, me armé de valor y salí a enfrentar a la ciudad, porque tenía hambre y
quería conocer. La ciudad es básicamente
un horno lleno de gente, desde el momento que comencé a caminar sudaba como
puerco en un cazo de carnitas, era inevitable, era asfixiante, pero lo peor es
que yo era el único que sudaba, la gente caminaba feliz y yo estaba decidiendo
si seguir y arriesgarme a morir deshidratado en dos cuadras o morirme en mi
cuarto de hambre, decidí lo primero y estoy seguro que en esa hora que estuve
buscando comida perdí tres kilos, no sé cómo la gente puede soportar ese clima.
Ya sin miedo a la obesidad, me comí tres jot dogs que sabían a cartón y me fui
a dormir, feliz porque no me había deshidratado y porque había sobrevivido a la
primer jornada del viaje.
Me dormí cinco horas, eran las dos de la mañana, pero para mi eran
las cuatro, o las cinco, ya no sabía ni que hora era, y me alisté, apagué el
aire acondicionado del cuarto y salí del cuarto y boom, el pinche calor seguía
ahí, dos de la mañana y estábamos a 32 grados, me alegre no de vivir ahí y huí
como las cucarachas huyen de la luz, ya me era indiferente la noche y los
fantasmas de la carretera, de hecho estaba esperando que se apareciera uno para
platicar sobre el clima, porque por más que le explicaba a mi novia mi triste
situación con el calor, no me entendía, porque ella estaba en León, con una
lluvia torrencial .Sin darme cuenta amaneció y el calor aumentaba, el termómetro
del coche marcaba 36 grados a las 7 de la mañana, entro a Hermosillo y le
preguntó al coche de a lado como salir de la ciudad, baja el vidrio y era un
tipo con lentes de sol y tatuajes en todas partes y me dice que él me guía, que
lo siga, pensé que a lo mejor era un narco y me secuestraría y me cortaría en
pedazos para exigirle dinero a mi familia, pero como me daba flojera preguntarle
a alguien más lo seguí y me sacó sin problemas de la ciudad con un sonrisa que
me hizo sentir mal por haber dudado de ese buen hombre, hasta aquí todo fue
bonito.
Llegó a otro retén militar enorme, en donde me hacen bajar del
coche como si fuera hijo del Chapo Guzman, me imagino que el Chapo debe de
estar aterrorizado por tantos retenes, yo lo odié un poco más, por su culpa
todo el país está lleno de militares enojados, ojala y terminé peor que Pablo
Escobar, bueno, eso pensaba cuando mientras el militar revisa todo el coche, le
saca aire a las llantas para ver si no traía mariguana como Camelia la texana,
le sacó plática y le preguntó si les ha
funcionado tanto retén, me enseña una foto y me dice “iré nomás lo que hemos
agarrado” y en la foto había tres señores con cara de inmensa tristeza y varios
kilos de cocaína, le dije que me daba mucho gusto, que los maten a todos , y le
di mi discurso de la doble moral del país, que odiamos a los narcos pero les
compramos su mercancía, sonrió orgulloso y asintió, le dije que yo si confiaba
en ellos, que no me fallaran, su cara se iluminó de orgullo y me dijo que no, que estaban para
servirnos, falto poco para darnos un abrazo, pero su enorme metralleta lo
evitó.
Seguí mi camino, y el hermoso paisaje que me acompaño el día anterior
se convirtió en un horrendo camino lleno de cactus y arena, mucha arena, al
principio me gustó, las primera dos horas estaba padre, después me aburrí, puse
el cd de shakira unplugged y me puse a analizar sus letras y llegué a la
conclusión que era muy buena antes de aprender inglés, estaba pensando todo eso y los cactus no se
acababan, la temperatura ya estaba a 45 grados y nada cambiaba, el paisaje era
exactamente el mismo, tenía miedo que en cualquier momento me salieran unos
vaqueros siendo perseguidos por apaches, era el típico escenario de una película
de vaqueros de los setentas, y los kilómetros pasaban y todo era igual, estaba
seguro que si el coche se descomponía ahí la muerte era inevitable, no pasaban
coches y al ritmo que seguía el calor, a las dos de la tarde estaríamos a 60
grados. Deberíamos de vender Sonora a los gringos, no tienen más que desierto y
cactus y pobres seres humanos sufriendo temperaturas insoportable, deberíamos
de despoblarlo, repartir a al gente en los demás estados y vender ese pinche
desierto gigante a los gringos para que hagan pruebas nucleares o manden a los
negros a vivir ahí, o lo que quieran, pero no le veo mucho caso que lo sigamos
manteniendo como parte del país.
Después de seis interminables horas cambió el panorama, para ponerse peor, llegué al desierto de Altar
y la biosfera del Pinacate, se ve bien bonito en la tele, las fotos de lugares
maravillosos, animales corriendo felices, el borrego cimarrón retando a la gravedad
en los cerros y todo es perfecto, cuando no tienes que pasar por su pinche
carretera. Justo al comenzar hubo otro retén militar ( me imagino que el chapo
debe de ser fanático de esta zona, o no sé que otro motivo habría para poner un
retén en pleno desierto) y después del ya memorizado proceso de revisión me
advierte un militar que se ve ha tenido una vida aburrida, que maneje con mucho
cuidado, que si atropello a uno de los hermosos animales que viven ahí, estaría
cometiendo un delito federal y me esperaba una cárcel mas horrenda que la todo
el paisaje de Sonora junto, así que ahí voy, aterrorizado, esperando que no se
me atraviese una serpiente, un venado o el pinche chupacabras. Por un motivo
que sigo sin comprender el coche perdió fuerza, ya no corría como antes, las
dunas del desierto hicieron un poco menos aburrido el paisaje, pero ahí comenzó
el verdadero terror, cada vez que pasaba un tráiler junto a mi el coche se
movía de una forma desesperante, el viento del tráiler lo movía y parecía que
me sacaba del camino, me pasó como diez veces, y por más que intentaba
controlarlo era inevitable , cada vez era peor, fue la primera vez que me arrepentía
de haber aceptado el viaje, al lado se veía la frontera con los gringos, y las
montañas nevadas de Arizona y yo retando a la muerte cada tres minutos, las
manos me sudaban mucho, estaba muy nervioso, pero no podía parar, recordaba la
frase de Nacho Vegas, “ nadie llega tan lejos si no es para seguir” y ahí, asustado,
a 70 kilómetros por hora, soportando estoicamente cada vez que pasaba un tráiler
junto a mí, viendo al lado las montañas nevadas de los gringos y de pronto frente
a mi apareció un enorme y lúgubre banco de neblina, ahí si sentía que ya me iba
a morir y sentí una enorme tristeza por mi novia ¿ En dónde iba a encontrar a
otro novio como yo? Pensé seriamente en dar vuelta y regresarme a mi casa, pero
estaba a 1200 kilómetros de distancia, pensé en orillarme y esperar a que
alguien fuera por mí, me arrepentí de no haberme suicidado en Mazatlán, mientras
me lamentaba seguía avanzando y la niebla no llegaba, después, inteligente como
soy, me di cuenta que no era niebla, que tan sólo era un efecto óptico debido
al calor y me volví a avergonzar de mis pensamientos suicidas y mi evidente
cobardía.
Todo siguió ya con cierta normalidad, llegué a Mexicali y agradecí
el haber renunciado a la fe católica, porque si es cierto que el infierno es
caliente, debe de ser como Mexicali, me tocó soportar 48 grados, me dicen que
es un día normal, que a veces están a 52 grados, pasé la famosa Rumorosa como
si nada, la leyenda negra de que era la carretera de la muerte y todo eso es
falsa, después de haber recorrido el pinche desierto de Sonora, cualquier
carretera parece cosa de niños .
Llegué a Ensenada, me fui de fiestas porque eran las Fiesta del
vino en el estado, al siguiente día me fui al mar con la buena fortuna de
haberme quedado dormido en la playa, solo, sin toalla y sin protector solar,
hoy me sigue ardiendo hasta la razón, pero bueno, ya luego les contaré que pasó
después.
Por cierto, después de catorce meses he vuelto a escribir, nos
leemos pronto., nos
leemos pronto.